Con mucha recurrencia escuchamos la palabra “adoración”. Literalmente es una palabra “dominguera”, esas palabras que usamos cuando pretendemos quedar bien con algún grupo social o que sacamos a relucir de nuestro vocabulario para impresionar a alguien. Escuchamos repetidamente decir de la gente “yo soy un adorador”, “vamos a adorar a Dios”, “Le invito que adoremos a Dios”, etc. Ósea que en teoría los seres humanos somos adoradores, ya sea que adoremos a Dios, a un objeto, a un ídolo o a nosotros mismos. No esta demás el recordar que la especie humana tendemos a ser “narcisistas” por excelencia y nos encantan las lisonjas.
Hace algún tiempo, estábamos debatiendo un buen amigo y yo acerca de teología…religión y yo le decía a el que era un idolatra por adorar y tener fe en “estampitas”, que Jesucristo es el único camino, la única verdad y que solamente a través de el vamos al Padre y tenemos vida eterna. ¿Le suena familiar este tema?, era la típica discusión dogmática de siempre. Mi amigo ya fastidiado me dijo: -mira, la única diferencia entre tú y yo es que yo creo en las “estampitas” y ¡si! Las adoro y tú no crees en las estampitas pero adoras tu guitarra y la música como yo a mis estampitas… ya no te la compliques.
La verdad es que mi buen amigo me dejo perplejo con su comentario y con un incomodo silencio, me quede contristado por que tuvo razón en lo que me dijo. Le voy a ser honesto, varios días estuve dudando en mi fe y me formulaba una y otra vez la siguiente pregunta –entonces ¿soy realmente cristiano, soy realmente un adorador, o soy otro idolatra mas del montón?
La
adoración es una cualidad intrínseca del ser humano, tan es así que la
tergiversamos y la convertimos en idolatría, sean o no estampitas.
Cuando
Dios, Jesucristo nuestro salvador no es el centro de nuestra adoración
simplemente pasamos de adoradores a idolatras, exactamente igual que quienes
idolatran “estampitas” o imágenes.
En el
libro del profeta Isaías en el capitulo 44 de los versículos 13 al 20 nos da
una interesante reflexión acerca de la conversión de adoración a idolatría.
Parafraseando al profeta nos dice que el carpintero labra la madera con sus
herramientas para luego formar muebles de ella, luego de la misma madera se
sirve para hace fuego, comer sus alimentos, hacerse refugio y calentarse. Y ya
de todo esto, de la madera se hace un dios al cual idolatrar, al cual pedirle
que lo libre de todo mal. Es risible hacer un ídolo de las sobras de la madera,
es aun más risible rendirle culto y adorar estos desechos del árbol que
previamente nos sirvieron para algo. ¿No
es absurdo postrarnos delante de un tronco de árbol?
Al
igual que el carpintero cegado de ojos y corazón somos nosotros cuando adoramos
al instrumento musical o a la música en si más que a quien le “dedicamos” la
pieza, o cuando nos alabamos por nuestros logros pensando que la capacidad y
dones que poseemos los tenemos por “algo”, suerte o destino. Así como es
absurdo alabar las cenizas y los sobrantes de un árbol o un pedazo de tronco es
igual de absurdo caer en la autoalabanza –narcisismo- creyendo que es por
nosotros.
La
adoración va más allá que entonar un simple canto, va más allá que postrarnos
ante un ídolo –dios- y con labios hipócritas hacer declaraciones huecas. La adoración
consiste en ser congruentes con lo que pensamos, decimos y hacemos y no otorgar
a un ídolo el lugar que le corresponde a Dios.
Mi
amigo tiene razón, hay veces que la única diferencia que tenemos los que nos
denominamos cristianos es que ya no adoramos “estampitas” ahora idolatramos
figuras de madera, ¡preciosas y costosas figuras de madera en forma de
guitarra, plataformas de madera donde nos podamos subir para así resaltar y
grandes pedazos de cristal que reflejan nuestra imagen.
Todos
somos adoradores por naturaleza. ¿A quien o a que estamos adorando?